RESUMEN DE LA OBRA LITERARIA "HEBARISTO EL SAUCE QUE MURIO DE AMOR" - Abraham Valdelomar


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Argumento del libro "Hebaristo, el sauce que murio de amor" de abraham Valdelomar. Análisis de la obra.


En “Hebaristo, el sauce que murió de amor”, Valdelomar establece un paralelo entre Evaristo Mazuelos, farmaceútico de P. (la ciudad donde acontece este relato está indicada por la letra P; 

seguramente Valdelomar hace alusión a su ciudad natal, Pisco) y aquél sauce corpulento y lozano aun que crecía al borde de la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de “yerbas santas” y “llantenes”.

Debía llamarse Hebaristo y tener treinta años, porque tenía el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de “El amigo del pueblo”, establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas, junto al Consejo Provincial. 

Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas, dos cuerdas de una misma arpa, dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz, dos estrellas insignificantes de una misma constelación. 

Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Así como el sauce era árbol que sólo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del mediodía, Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes solían cobijarse en la botica;

y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de elástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas. 

Mazuelos estaba enamorado de Blanca Luz, hija del juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica. Si Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales, su vida no resultaría tan solitaria y trágica. 

Aquel sauce, como el farmacéutico Mazuelos, sentía, desde muchos años atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Envejeció Evaristo, el enamorado boticario, sin tener noticias de su amada Blanca Luz. 

Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secar- se, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce y allí veía caer la noche. 

El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico. Un día el sauce esperó vanamente la llegada de Mazuelos. 

El farmacéutico no vino. Aquélla misma tarde el carpintero de P... enviado por el dueño de la “Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos”, llegó con una tremenda hacha y taló el sauce. Por la misma calle venían juntos el sauce y el farmacéutico, ahora sí unidos para siempre. 

El sauce sirvió para el cajón del farmacéutico. El alcalde municipal señor Unzueta, tomó la palabra en el cementerio: “Aunque no tengo las dotes oratorias que otros, agradezco el honroso encargo que la sociedad de Socorros Mutuos ha depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudad ano integérrimo, que en este ataúd de duro roble”…, y concluía: “Mazuelos tú no has muerto. 

Tu memoria vive entre nosotros. Descansa en paz”. Al día siguiente el dueño de la funeraria, llevaba al señor Unzueta una factura por un ataúd de roble por 18.70 soles. El alcalde reclamó airadamente que el ataúd no era de roble sino de sauce. 

El señor Rueda le dijo que era cierto; pero que entonces como se vería en su discurso la frase “duro sauce” en vez de “duro roble”. El alcalde pagó sin chistar.

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